Cuando era pequeña me gustaba hablar con los peluches. No se, me daba la sensación de que me escuchaban, de que me comprendían cuando les hablaba. Muchas veces, jugaba con ellos y los dejaba de una forma determinada (sentados,tumbados…),me marchaba, y cuando volvía estaban esparcidos por el suelo, o mirando hacia la puerta. «No es nada», me decía mi madre,» Es producto de tu imaginación!» me decía mi padre… Por las noches, notaba movimientos en las estanterías, y notaba como si una brisa inundara mi cuarto, incluso cuando la ventana estaba cerrada. Tenia miedo. Al paso de los años deje de hablar con los peluches. Solo algunas veces hacia algún comentario, pero poco más. Al entrar al instituto, intentaba centrarme en los estudios, pero cuando hacia los deberes, la brisa seguía tras de mi, como observándome, y a veces incluso se caía algún peluche de la estantería… Por las noches no quería dormir en mi cuarto; intentaba ignorar la brisa, pensar que no existía, que era imposible, un simple juego de mi mente que me obsesionaba desde pequeña. Yo se lo contaba a mi madre, pero ella no me creía, me tomaba por loca. Pero aquello iba a más. Como si la brisa se hubiera enfadado conmigo. Yo ordenaba mi cuarto todos los días, y, cuando llegaba a casa, mi madre me regañaba y me decía que tenia que cuidar el orden, y que nunca ordenaba mi cuarto. Un día lo ordene delante de ella, y me marche. Al volver, todos los peluches estaban esparcidos por la habitación. Le dije a mi madre » Ven a ver esto…» Mi madre vio todo aquel desorden, y se quedo pálida. Solo una palabra salio de sus labios, como un susurro «Sandra…» Yo la mire desconcertada, pero justo en ese momento un peluche que quedaba en mi escritorio callo al suelo lentamente. Mi madre asustada cerro la puerta de mi cuarto y nos fuimos al comedor. «Sabes…Cuando compramos esta casa nos contaron una historia…» Yo me senté delante de ella dispuesta a escuchar.
«Hace tiempo,la familia Benster habitaba en esta casa. No era un matrimonio muy rico, pero tampoco se ganaban la fama de pobres. Tras muchos intentos fallidos, la señora Benster dio a luz a una preciosa niña rubia, a la cual decidieron ponerle el nombre de Sandra. Sandra estaba bastante mimada, ya que era hija única, y sus padres le tenían muchísimo cariño. Le compraban todos sus caprichos, y su cuarto estaba repleto de peluches. Le encantaban, le apasionaban. Un día, le dijo a su madre: -Mama,yo quiero ser un peluche…»
«Sandra calló enferma. No podía levantarse de su cama, y estaba rodeada de todos sus peluches. La enfermedad pudo con ella, y murió. Su madre no estaba con ella en aquel momento, pero cuando volvió, todos sus peluches la observaban. No le dio importancia, pero cuando se acerco a su hija se dio cuenta de que no tenia pulso y se desmayo. Los peluches seguían observándola, uno por uno, como movidos por algo…o por alguien».
Me quede callada. Mi madre estaba como ausente, recordando aquella historia que no quería creerse. Y siguió contando…
«La señora Benster entro en depresión. No salia del cuarto de su hija, y decía que Sandra estaba allí, entre sus peluches, escuchándola. Su marido no sabía que hacer. Quería que se olvidara de ese tema, que era una locura, que Sandra no estaba allí y que aquello era un producto de su imaginación. La señora Benster estaba tan segura… Necesitaban mudarse. Era duro, pero necesitaban cambiar de aires, para evitar el dolor de la perdida de Sandra… No se le ocurría nada más. Quemó todos los peluches de su hija, aunque le costo mucho. Su mujer no podía perdonarle. Le dijo que aquello era lo único que le unía a su hija y que no tenía corazón. Esa misma tarde, el señor Benster falleció en un incomprensible accidente de tráfico. Ella no podía mas. Aquella casa le traía muchos recuerdos, y la puso en venta…»
«Cuenta la leyenda que el alma de Sandra sigue en ese cuarto… y ahora esta entre tus peluches».
Entonces lo comprendí. Sandra estaba enfadada conmigo porque ya no hablaba con ella…
Supongo que los fantasmas también necesitan amigos mortales… ¿No?